Menú Cerrar

Estamos pensando…

¿Cuánto placer sos capaz de soportar en el trabajo?

Pasarla bien en el trabajo y sentir pasión por lo que hacemos activa la creatividad y nos lleva a desempeñarnos en el nivel más alto de nuestro potencial

Hasta hace poco tiempo era casi imposible encontrar las palabras placer y trabajo en la misma oración. Es interesante, porque en nuestro idioma la palabra proviene del latín tripalium, que eran los tres palos a los cuales se ataba a los esclavos para atormentarlos. Quizás sea que todavía quedan rastros en nuestro inconsciente colectivo de esa oposición primaria que hace del trabajar una actividad infeliz, una condena, un precio que tenemos que pagar para encontrar placer en la “vida personal”.

Nos encontramos en un momento de cambio de paradigmas. La frontera entre lo personal y lo laboral gradualmente se ha ido desdibujando. Queremos más placer, más pasión, más libertad y diversión en el trabajo. Queremos que lo que hacemos sea gratificante y enriquecedor, que dé sentido y propósito a nuestras vidas. Sin embargo, muchas veces nos conformamos. Naturalizamos el malestar, lo aburrido y lo automático, el deslomarse a costa de lo que sea. Ni siquiera intentamos cambiarlo. Nos resignamos a que las cosas son así y así son, y hay que aguantarse.

“Queremos que lo que hacemos sea gratificante y enriquecedor, que dé sentido y propósito a nuestras vidas; sin embargo, muchas veces nos conformamos”

Escucho a muchos líderes decir que “se rompen el alma”, que “dejan todo” por su trabajo. Los escucho quejarse de las restricciones que perciben en las compañías donde se desempeñan para desarrollar su potencial y su creatividad. Escucho sus miedos a quedar fuera del juego si manifiestan su deseo de hacer algo diferente. De una manera o de otra, todos ellos se acomodan al statu quo y eligen quedarse como están y donde están, aunque ese lugar sea disfuncional, aburrido o frustrante, aunque les haga perder salud, calidad de vida y oportunidades.

Algunas culturas empresariales refuerzan el acostumbramiento de sus empleados al malestar, el estrés, el mal clima, la sobrecarga de trabajo y la falta de motivación. Enfocadas únicamente en el corto plazo y en los resultados, se toman a la ligera el mote de “picadora de carne” o “fábrica de divorcios” con el que se las conoce. En esos contextos, el empleado más valorado suele ser el “incondicional”, el que tiene la camiseta no solamente puesta sino tatuada en la piel y está dispuesto a todo para conservar su trabajo y seguir creciendo.

¿Cuánto placer sos capaz de soportar? La pregunta que da título a esta nota es el pellizcón que propone Richard Bandler, co-creador de la Programación Neurolingüística (PNL), para despertar nuestra conciencia y ayudarnos a comprender cómo nuestros propios pensamientos influyen en nuestra capacidad para disfrutar en cualquier ámbito de la vida. El marco mental con el que encuadramos la realidad puede limitarnos o facilitarnos lo que queremos lograr. Sin darnos cuenta, nosotros mismos nos marcamos el tamaño de la cancha con nuestras creencias acerca de lo que es posible o no es posible hacer en un contexto determinado. Para romper la trampa de la “normalidad” y acceder a nuevas posibilidades tenemos que animarnos a cuestionar los supuestos sobre los que basamos nuestras decisiones y acciones. Necesitamos vencer el sesgo de confirmación que hace que sólo prestemos atención a lo que apoyan nuestras ideas preconcebidas, y descarta cualquier cosa que las desmienta.

Cuando nos hacemos las preguntas adecuadas, se abren puertas que ni siquiera sabíamos que estaban ahí. ¿Quién dice que en esta empresa no se puede hacer lo que propongo? ¿Existe una regla que se opone? ¿Quién puede apoyar mi iniciativa? ¿De qué otra manera lo puedo conseguir?

“Quizás las reglas de juego que percibimos como inmutables no lo sean tanto como creíamos. Quizás haya espacio para negociar o poner límites con el fin de hacer de nuestro trabajo algo apasionante”

Quizás las reglas de juego que percibimos como inmutables no lo sean tanto como creíamos. Quizás haya espacio para pedir, para negociar o poner límites con el fin de cuidarnos y hacer de nuestro trabajo algo significativo, enriquecedor, divertido, apasionante.

¿Cuánto placer sos capaz de soportar? ¿Cuánto estás dispuesto a moverte, a transformarte y a cambiar las cosas para conseguir lo que querés?

Seguramente alguno estará pensando: “Qué idealista!, ¡qué exitista!”. Es evidente que no siempre alcanza con tomar la iniciativa para conseguir lo que nos proponemos. Hay variables de contexto que no podemos controlar, como la cultura y las políticas actuales de la compañía en la que trabajamos, la disposición de los demás, cuestiones presupuestarias, etcétera. También es evidente que, si no hacemos nada, nada va a cambiar.

En el corto plazo, romper con lo acostumbrado es incómodo y doloroso. Dejar de ser incondicional, hacer algo distinto a lo que es natural en el sistema y exponerse tiene costos. Tenemos que lidiar con nuestros temores y con las consecuencias, reales o imaginarias, que percibimos en el entorno. Generar la ocasión y salir proactivamente a buscar el bienestar requiere tomar ciertos riesgos, y no tenemos garantías ni certezas de que lo vayamos a lograr. Lo que nos empuja a atravesar ese umbral es la convicción de que pasarla bien en el trabajo y sentir pasión por lo que hacemos nos va a llevar a activar nuestra creatividad y a desempeñarnos en el nivel más alto de nuestro potencial. Que podemos abrir caminos para otros y convertirnos en punta de lanza de un cambio cultural. Poco a poco las empresas van entendiendo que la energía positiva de su gente genera un gran impacto en la eficacia y la productividad, promueve el compromiso, la comunicación, el aprendizaje y la innovación.

En el idioma inglés, el verbo trabajar (to work) remite a preparar, crear, hacer, construir, ir hacia un resultado. No hay vestigios en su etimología de ninguna de las acepciones negativas que tiene en nuestro idioma. Deberíamos inventar una palabra superadora que cambie definitivamente nuestra percepción del trabajo y el placer como opuestos y los vuelva complementarios.

Quién sabe, a lo mejor es eso lo que los millennials vinieron a enseñarnos.