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Estamos pensando…

Identidad y trabajo: ¿lo que soy es lo que hago?

Cuando alguien nos pregunta: ¿Vos qué hacés?, tendemos a contestar en una categoría distinta: SoySoy panadero. Soy metalúrgico. Soy abogada. Soybiólogo. Soy asistente/líder de proyecto, Soy gerente de la empresa Tal o Cual. Ya desde el lenguaje confundimos el hacer con la identidad. Nos definimos con etiquetas vinculadas a nuestro mundo laboral o profesional; nos identificamos con los roles, posiciones, funciones y títulos, y también con los nombres de los lugares donde trabajamos, la cultura, la gente y los espacios físicos donde interactuamos. Parafraseando a Descartes, para muchos el lema parecería ser “Trabajo (de esto, en este lugar), luego existo”. Esas etiquetas, que funcionaron armoniosamente en otras épocas y para otras generaciones, cuando el mundo era más estable y más predecible, hoy tienen que desafiarse y flexibilizarse, porque la velocidad del entorno nos empuja con una frecuencia inusitada a actualizarnos, a ejercer nuevos roles, a probarnos en cosas nuevas y, la mayoría de las veces, hasta a reinventarnos.

El miedo a no ser nadie

Algunas personas tienen una personalidad y una identidad flexible que les permite adaptarse con facilidad y prosperar en el cambio. Otras se resisten, quizás porque sienten que el cambio amenaza la noción que tienen de sí mismos. Si no soy mi trabajo en Tal o Cual lugar, ¿quién soy? El miedo a no ser nada, no ser nadie, a perder su identidad, los lleva a quedarse donde están, aunque la estén pasando mal, se aburran o se sientan estancados.Solo pensar en hacer un cambio los enajena. Por temor a perder y a perderse se eternizan en lo conocido, aunque tengan que pagar un costo altísimo en su salud y desaprovechar oportunidades para encontrar lo que desean o desarrollar sus negocios o carreras.

Las etiquetas de identidad que nos ponemos afectan nuestras elecciones y comportamientos: Soy ingeniero, no psicólogo. La gente no es mi tema, decía una persona. No se daba cuenta de que la definición histórica de ser ingeniero ya es obsoleta, y quien no pudiera desarrollar habilidades interpersonales pronto se quedaría fuera del juego.

Cada uno tiene una idea formada de quién es, y de lo que puede o no puede hacer. Soy pésimo con los números. No soy de planificar. No me llevo con la tecnología. Soy mal vendedor de mí mismo. Estos enunciados pueden ser profecías de autocumplimiento que inhabiliten opciones. Aun cuando puedan percibir que, si no cambian, la ola los va a pasar por encima, postergan los cambios ineludibles que tienen que hacer.

La identificación del trabajo con la identidad es aún más fuerte en las personas que se desempeñan en compañías prestigiosas y grandes marcas. La historia de Alejandra es similar a la del personaje de Anne Hathaway en la película El diablo viste a la moda. Cuando entró como pasante en una compañía química líder a nivel global, llamémosla X-Lab para respetar la confidencialidad, sintió que tocaba el cielo con las manos. Ascendió muy rápido, y en siete años llegó a ser gerente de marketing regional. “Estaba viviendo mi sueño. Ganaba muy bien, me sentía respetada por mi entorno. Sentía que mi equipo, mis jefes y mi compañía me necesitaban, y daba todo de mí. Yo era ‘Alejandra de X-Lab’, casi como si fuera mi apellido de casada, para mí misma y para los demás. ¡Estaba tan orgullosa de lo que había logrado!”.

En los últimos años, la empresa pasó por grandes cambios. Se multiplicaron sus responsabilidades. El clima era cada vez más tóxico, pero ella lo tenía naturalizado. “Trabajaba 12 o 14 horas al día, incluso algunos fines de semana, vivía pendiente del celular. Comía y dormía mal, no tenía vida social, estaba siempre estresada, y eso afectó mi relación con mi pareja y con mi familia.”

Quizás porque lo había deseado tanto, Alejandra se había identificado por completo con su trabajo y con la empresa. Aunque estaba agotada, no se podía imaginar en otro contexto, en un trabajo mejor, “Sentía que no podía hacer otra cosa. ¿Quién era yo si me iba de X-Lab? ¿Quién era yo si mi marca personal no estaba asociada a la marca corporativa? No era nadie, dejaba de ser yo. Hasta que ya no pude más. Me di cuenta de que me daba más miedo quedarme que irme. Comencé a mirar hacia afuera y salí a buscar alternativas, y cuando uno se abre empiezan a aparecer posibilidades. Al poco tiempo ya estaba trabajando en una empresa de otro rubro, donde fui logrando cosas que ni siquiera pensé que eran posibles para mí, no sólo en cuanto a mi profesión sino también a mi calidad de vida. Y nada de eso habría sucedido si me hubiese quedado con la ruta ‘segura'”.

Nuestro país vive momentos turbulentos, donde la realidad es de por sí bastante pobre en opciones para elegir. Pero las posibilidades se vuelven todavía más escasas si sumamos nuestras propias limitaciones. Quizás para la mayoría sea difícil, hoy, hacer un cambio tan radical como el que hizo Alejandra. Sin embargo, sin minimizar la situación ni ser idealistas, pareciera que nunca es el momento ideal para tomar decisiones de cambio. Sea cual sea el lugar en que nos encontremos en el presente, todos podemos evolucionar y sentirnos más plenos si nos animamos a soltar las etiquetas a las que nos aferramos y a imaginar otras posibilidades.

Una versión circunstancial de lo que podemos ser

Lo que hacemos, el rol, el ámbito en el que trabajamos son factores importantes de nuestra identidad, pero no nos definen por completo. Quienes somos hoy es sólo una versión circunstancial de los muchos yo que podemos ser, porque siempre estamos en tránsito, construyendo identidad con nuevas experiencias. Nuestra esencia no se pierde en el cambio, sino que va sumando y se resetea cada vez que logramos atravesar un nuevo aprendizaje, cuando mediante la experimentación y la práctica logramos integrar como propio algo que al principio nos parece incómodo y ajeno.

“Es de sabios cambiar de opinión cuando la realidad la objeta”, decía Antonio Machado. Ampliar nuestra noción de identidad, crear nuevas versiones de nosotros mismos, más ricas, más complejas, nos habilita más opciones para prosperar y adaptarnos mejor a lo que el mundo nos presenta.