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Estamos pensando…

Si soy exitoso, ¿para qué cambiar?

Nunca es fácil tomar la decisión de cambiar. A veces no nos queda otra, porque el entorno nos empuja a fuerza de crisis: alta rotación de personal, pérdida de clientes, caída de las ventas, costos demasiado altos. El cambio se presenta como urgente e inevitable y nos mueve a la acción.

La paradoja de estos tiempos es que, aun si somos exitosos, también tenemos que cambiar. “La industria del entretenimiento se está transformando a una velocidad increíble”, afirma Marcelo Tamburri, Vice Presidente y Gerente de cuatro canales de Turner Latinoamérica, durante la presentación de mi último libro, Lidera tu propio cambio. “En este momento tenemos mucho éxito con la programación de nuestros canales. La proyección de desarrollo y crecimiento económico para los próximos cinco o seis años es muy buena. Esa perspectiva es un gran contrapeso, porque si te va bien, ¿para qué cambiar? Podríamos habernos quedado como estábamos, seguir haciendo lo mismo. Pero irrumpió Netflix y nos pateó el culo a todos. Nos hizo ver que lo que estábamos haciendo ya era obsoleto. Nos proyectó a un futuro completamente distinto en el que, para sobrevivir y progresar, ya no alcanza con empaquetar películas y series para ofrecer al público. Nos teníamos que meter a generar contenidos y a producir”.

El año pasado produjimos una serie, y estábamos desbordados, nos parecía un trabajo descomunal. Hoy estamos trabajando en seis producciones originales. El próximo año van a ser ocho, y proyectamos quince para el 2019″, agrega Manuel Trancón, Director de Programación de los canales Space y TCM. “Cuando miremos hacia atrás, lo que venimos haciendo hoy nos va a parecer que era simple.

La revolución permanente

La experiencia de estos ejecutivos de Turner ilustra la revolución permanente que desafía a las empresas de medios gráficos y audiovisuales. Los avances tecnológicos, la multiplicidad de plataformas, la competencia globalizada y la aparición de “cisnes negros”, sumado a las variaciones en las demandas de los usuarios, amenazan la continuidad de empresas que hasta hoy parecían imbatibles. Adaptarse al ritmo de lo que viene ya no es suficiente: hay que anticiparse, tomar riesgos y generar el cambio.

“Cuando estás en crisis es fácil patear todo, cambiar todo. Es mucho más difícil cuando estás en la cresta de la ola, pero si no evolucionábamos íbamos hacia un mal camino”, sigue Tamburri. “El cambio que teníamos que hacer me obligó a transformarme a mí mismo. Antes, el día a día me comía. No delegaba nada, tenía un estilo muy paternalista. En una industria como la nuestra, la creatividad es esencial. Necesitaba mejorar las operaciones de mi equipo y así tener más tiempo para pensar y establecer las prioridades. Entendí qué podía dejar de hacer yo y delegar en otras personas. Pude desarrollar y profesionalizar a mi gente. Hice subir a cada uno varios escalones. Después cada uno aprendió a hacer lo mismo. Hoy tenemos equipos fuertes, y estamos preparados para asumir nuevos desafíos”.

Para Tamburri, el reto más difícil fue manejar sus emociones. “Si no cambiás es muy probable que no sobrevivas, y esto vale tanto a nivel personal como a nivel de la organización. Dejar lo conocido asusta, sobre todo si te va bien. El miedo y la ansiedad te paralizan. Pero hay que ser temerario, animarse a dejar la seguridad. Es como estar haciendo la cola de la montaña rusa. Ves pasar los carritos con la gente gritando y esperás lo peor. Pero una vez que te subís te das cuenta de que en el viaje hay susto, pero también hay disfrute, diversión, adrenalina. Hay que ir combatiendo los miedos a medida que van apareciendo. Si posponés el cambio, si no te animás a dar el salto, es probable que no lo encares nunca, y desperdiciás la oportunidad de un futuro más feliz”.

La complacencia que acompaña al éxito es un asesino silencioso. Mientras dormimos en los laureles de los triunfos presentes y pasados nos volvemos más vulnerables a los cambios en el entorno y a la competencia, nos vamos oxidando, perdemos terreno. Lo cierto es que, si no innovamos, otros lo harán. Y aunque esta urgencia quizás, para algunos, hoy no sea tangible, si queremos no solo mantenernos al ritmo de los cambios, sino imponer nuestro paso, tenemos que empujarnos a nosotros mismos y a nuestros equipos a dar un salto hacia lo desconocido.