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Estamos pensando…

Volver visible lo invisible

El doctor Watson, compañero de aventuras y cronista de Sherlock Holmes, se preguntaba cómo hacía el detective para inferir el oficio y la historia de vida de una persona a escasos minutos de conocerla. Se admiraba también de su capacidad para detectar indicios donde otros, los detectives de Scotland Yard y él mismo, no veían nada:

—Me pareció que observaba usted en ella muchas cosas que eran invisibles para mí —le hice notar.

—Invisibles, no, Watson, sino inobservadas. Usted no supo dónde mirar, y por eso se le pasó por alto lo importante.

Sir Arthur Conan Doyle, Un caso de identidad

 

Las personas somos bichos de costumbre. A través de la vida vamos asentando ciertas maneras estereotipadas de mirar al mundo y reaccionar a lo que pasa. Si ocurre A, hacemos B. Por ejemplo, si la demanda en el trabajo es fuerte, nos quedamos más horas en la oficina, seguimos enchufados cuando llegamos a casa o sumamos más presión sobre nuestros colaboradores. Insistimos en aplicar las variaciones de B porque es lo que ya probamos, lo que alguna vez nos dio buenos resultados, lo que nos parece que es “obvio”, “lógico”, “cierto” o “posible”. Ante una situación dada, tendemos a leer el contexto con la triple anteojera de nuestra propia experiencia, la cultura de la época en que vivimos y el mandato de “cómo se hacen las cosas” en las organizaciones en las que trabajamos. Así condicionados, detectamos unas pocas opciones, siempre las mismas, y respondemos en piloto automático, sin tomar conciencia de lo que hacemos, más aún cuando estamos estresados o distraídos por las exigencias del día a día. Al asumir que las cosas son como son, seguimos arando el surco de la costumbre y no nos cuestionamos si es posible que existan otras vías para alcanzar y mejorar los resultados que buscamos.

¿Y si aplicamos el método detectivesco de Sherlock Holmes? La primera observación necesariamente tiene que ser sobre nuestra propia mente, sobre los procesos de pensamiento que habitualmente utilizamos para tomar decisiones, plantearnos alternativas y solucionar problemas. ¿Qué estoy viendo? ¿Qué no estoy viendo? ¿Qué estoy dando por obvio? A partir de estas preguntas nos hacemos conscientes de nuestro enfoque automático y lo cuestionamos para que se levanten las barreras que nos ponemos a nosotros mismos.

En segundo lugar, viene la observación del entorno. ¿Qué me estoy perdiendo al mirar basándome en mis propias suposiciones? ¿Qué otras alternativas existen, además de las que habitualmente percibo? ¿Y qué más? La mirada curiosa abre el panorama y destaca posibilidades de acción que ya estaban ahí, pero que hasta ese momento habían sido inobservadas. De pronto descubrimos que puede haber más recursos de los que pensábamos, otras personas con las que nos podríamos aliar estratégicamente para llevar adelante un proyecto, otras áreas de la empresa podrían ser impactadas por nuestras acciones.

La indagación amplía la perspectiva también sobre el tiempo. Nos permite ver que lo que pasa hoy no es un hecho aislado, sino que está integrado orgánicamente con otras veces que quizás haya ocurrido en el pasado y con las consecuencias de nuestras decisiones de hoy a mediano y largo plazo.

¿Qué pasaría si…? es una pregunta que nos impulsa a salir del surco y crear caminos nuevos. Nos vuelve más perspicaces para imaginar posibles escenarios y elegir el mejor curso de acción: ¿Qué pasaría si hago N en vez de B (lo que hago habitualmente)? ¿Y si hago Z? ¿Y si sigo otro rumbo?

El escritor francés Marcel Proust dijo que el verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con ojos nuevos. En estos tiempos de cambio permanente, las maneras acostumbradas de mirar y pensar se oxidan con rapidez. Necesitamos revisarlas periódicamente y mantenerlas actualizarlas para orientarnos y acompasar los contextos de lo nuevo, lo incierto y lo desconocido.

La observación y la reflexión requieren que nos bajemos de la calesita de lo cotidiano y nos tomemos tiempo para pensar. Al principio, nuestra mente perezosa y automática se resiste, pero con la práctica el método se fortalece y se convierte en un hábito que produce cambios concretos en el entorno y en nosotros mismos.