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Estamos pensando…

¿A favor o en contra? Podemos no estar de acuerdo

¿ A favor o en contra? En los últimos meses, el debate público sobre la despenalización del aborto puso palabras a las razones de un dilema profundo y empujó a definir de qué lado de la línea elegimos pararnos.

Algunas cuestiones nos imponen tomar partido y, cuanto más sensibles son estos temas para nosotras, más afianzadas en nuestras posturas necesitamos estar para manejarnos con comodidad. Y es ahí, justo ahí, donde las miradas que no coinciden con las nuestras nos ponen en jaque. El resultado lo conocemos: se abre una grieta que separa territorios y vínculos. Pero ¿qué pasa si no estamos de acuerdo? Nada grave. O, por lo menos, podemos hacer que no pase nada grave por el simple hecho de que no estemos de acuerdo. Siempre y cuando tengamos claro cuándo sí es esencial “ponernos” de acuerdo, incluso con nuestras diferencias.

¿Tan en desacuerdo estamos?

Para determinar si hay un desacuerdo, es necesario entender exactamente qué se está mirando y ubicar nuestra idea con relación a ese objeto en disputa para entonces sí medir, sin falsos espejismos, las distancias que hay entre lo que pensamos.

En medio del debate por la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo, decir que estamos a favor o en contra no alcanza para situarnos. ¿A favor de qué?, ¿del aborto?, ¿de que no se criminalice la práctica?, ¿legalizar?, ¿penalizar? ¿A favor de que se defienda la vida?, ¿la de quién?, ¿las dos vidas?, ¿cómo?; ¿de que el Estado intervenga?, ¿financiando, permitiendo, prohibiendo?

Recién una vez que se define cuál es el punto -en el caso del debate legislativo, son los proyectos que promueven despenalizar el aborto- y se determina dónde está ubicado el pensamiento de cada uno en referencia a ese aspecto, es posible relacionar la posición con respecto a la de otro: si prima la coincidencia o la discrepancia.

“Y ese es el punto de partida esencial -dice Andrea Churba, coaching empresarial especializada en liderazgo-. Porque para determinar que no estamos de acuerdo en algo, antes tenemos que confirmar el desacuerdo. Yo digo ‘sí’, vos decís ‘no’. Y ahí no siempre hay un desacuerdo, hay que definir a qué sí y a qué no”.

¿Es necesario llegar a un acuerdo?

Que estemos en desacuerdo -que ese sea, efectivamente, un sí opuesto a ese no- no quiere decir que no podamos ponernos de acuerdo en cómo seguir adelante, aun con esta distancia ideológica. Pero tampoco significa que, inexorablemente, debamos hacerlo.

“En algunos casos no es necesario estar de acuerdo en lo que pensamos; que cada uno tenga su mirada y la de ambos no coincida no es, per se, un problema -señala la psicóloga sistémica Julieta Heinz-. Aunque hay ocasiones en las que sí es imprescindible ponernos de acuerdo dentro de la diferencia. ¿Cuándo? Cuando hay que tomar una decisión conjunta que requiere acuerdo”.

Cada uno puede tener su idea acerca del aborto y no es necesario que tomemos la misma decisión personal frente a un embarazo no deseado, ni que des/aprobemos lo que elige hacer otra persona en esa circunstancia, pero sí debemos pararnos, como comunidad, de una manera colectiva frente a la legislación sobre la interrupción voluntaria de un embarazo. Las charlas informativas en las que dos veces por semana una centena de oradores propuestos por todos los diputados presentaron ponencias a favor y en contra le dan marco a la posterior decisión que se tomará en el Congreso para instaurar una normativa común que es necesaria para esta sociedad en la que vivimos.

¿Qué nos pasa con el desacuerdo?

La irritación y la intolerancia son cartas fuertes en la partida de la grieta. No ganan porque, cuando se juegan, los debates terminan en peleas, el ping pong por chat de opiniones disímiles se corta con un “ha abandonado el grupo”, dejamos de seguir a quien publica posteos opositores a nuestro punto de vista, dejan de seguirnos amigos.

Si mi relación con el otro se modifica porque uno de nosotros está a favor y el otro en contra -o viceversa-, el problema no está en el desacuerdo ni en el intercambio de posturas que no coinciden -ejercicio que podría ser de lo más enriquecedor- sino en los modos de intercambio y en la reacción que nos provoca la diferencia. “Pero son nuestras ideas las que no concuerdan, no nosotros”, puntualiza Andrea Churba.

Y hay más, muchas veces tampoco somos solamente nosotros los que quedamos fusionados a las concepciones que abrazamos. “El desacuerdo del otro se vive como un ataque a lo que yo siento y pienso porque mis ideales no son estrictamente individuales, sino que representan la lealtad a un grupo de pertenencia, ya sea la familia o un movimiento con el que me identifico -explica la licenciada Julieta Heinz-. Entonces, cuando mis opiniones funcionan como un aglutinante afectivo, me deparan la cuota de afecto y de integración que necesito; y la diferencia aparece como un ataque a ‘los míos’ que genera una posición de defensa y me rigidiza. Ya no es una cuestión racional sino emocional, ceder a algo distinto me hace sentir que traiciono, y no solo a mí mismo”.

Por eso, tomarnos un momento para desidentificarnos de los argumentos hace que podamos maniobrar ideas propias y ajenas con la fluidez que se necesita para que sea un desacuerdo solamente de criterios y no una confrontación personal.

¿Cómo establecemos acuerdos?

El filósofo Darío Sztajnszrajber fue uno de los expositores que se presentaron en el Congreso en el marco del debate por la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. En su discurso, lanzó una pregunta: “¿Cómo ponernos de acuerdo, si ni siquiera hay acuerdo acerca de lo que es un acuerdo?”.

Es primordial establecer acuerdos previos al establecimiento de un acuerdo, así de elíptica es la cuestión.

Partamos de la base de que, si vamos a tratar de ponernos de acuerdo, es porque nos necesitamos mutuamente. Esa necesidad común, que muchas veces tiende a desaparecer tapada por las posiciones, es material para construir la plataforma desde donde despegar hacia las direcciones a las que vuele cada uno.

Daniel Lipovetzky es diputado nacional, preside la Comisión de Legislación Nacional y ejerció como moderador en las reuniones informativas del debate. A él, junto con las presidentas de las otras comisiones, le tocó diseñar una mecánica posible para el intercambio de ideas. “Se necesitan reglas claras -sostiene-, así que nos pusimos a redactar una metodología concreta. La presentamos y consensuamos cómo se iban a desarrollar las audiencias. Además, la fuimos adaptando para mejorarla, a partir de lo que iba pasando en la experiencia”.

Fue posible porque existía un interés común. “Nos pusimos de acuerdo en abordar todos juntos un tema que nunca se había podido trabajar en profundidad y que divide tanto al Congreso como a la sociedad -cuenta Lipovetzky-. En eso hubo un acuerdo, unos y otros queríamos hacer un debate respetuoso, con altura. Todas las medidas que propusimos desde las diferentes posiciones buscaban el mismo fin”.

Mariana Volpi es abogada mediadora, trabaja como jefa del Área de Métodos Participativos de Resolución de Conflictos en la Procuración de la Penitenciaria de la Nación y cocreó el programa Probemos Hablando para prevenir la violencia entre personas detenidas y agentes penitenciarios, a través de la conversación. “Cuando al diálogo, pensado como herramienta para gestionar conflictos, le atribuimos consecuencias porque así lo acordamos de antemano, se transforma en sistema -explica-. Esto es plantear: ‘Vamos a conversar acerca de este desacuerdo para comprender cuáles son nuestras diferencias y resolver cómo vamos a convivir con ellas para el caso de no poder llegar a un acuerdo’. Cuando se consigue real voluntad de las partes y se pactan los modos y plazos de antemano, esa conversación es positiva y arriba a logros perdurables”.

Las audiencias en el Congreso montaron un sistema de circulación de ideas para acordar partiendo de una base común. A favor y en contra, el debate es ya de por sí un triunfo del macroacuerdo de interés común que lo amalgama: el ejercicio de la democracia.

¿Cómo administramos nuestro desacuerdo?

La discrepancia tiene mala prensa. Pero, como ya dijimos, el problema no está en el desacuerdo en sí sino en lo que podemos hacer con esta situación.

“A veces, más importante que ponernos de acuerdo, es reconocer nuestras diferencias y saber que podemos vivir con ellas -destaca Mariana Volpi-. Porque muchos puntos de vista distintos hacen una mirada más completa de las cosas”.

“El problema es que suponemos que hay que ponernos de acuerdo para que la cosa funcione -sostiene Darío Sztajnszrajber-. A mí me parece que cuando se tiende a un acuerdo, algunos ‘acuerdan’ a otros. Es como que alguien impone incluso el criterio mismo de lo que es un acuerdo”.

Cuando se busca imponer un punto de vista desde un modo competitivo, en el que se aplasta el del otro para convencerlo, o cuando una de las partes somete -con la aceptación o el silencio- su perspectiva con tal de evitar una pelea, se llega a acuerdos tramposos que no se sostienen. “La solución tiene que ser colaborativa para que no pierda vigencia”, dice Mariana Volpi.

“Yo creo que lo más interesante para una sociedad es el desacuerdo, la diferencia, el conflicto. No hay que temerle al conflicto -arenga Sztajnszrajber-. La diferencia del otro me puede molestar, perturbar, pero también me transforma. En la medida en que uno deja de creerse a sí mismo propietario de la verdad, entonces esa diferencia lo hace crecer por más que le moleste o le despierte una reacción negativa. Le exige moverse de sus lugares seguros, lo hace pensar. Entonces, hay que salirse de esa idea”.

Daniel Lipovetzky no es un actor externo ni imparcial. Es un diputado cuyo voto va a tener peso en la decisión y, además, tiene una opinión formada frente al aborto, que hace pública sin pruritos. Que su reconocida postura personal difiera de la de una parte del recinto y de la sociedad no le impidió participar como mediador. “Para mí fue un gran desafío extra que asumí convencido. Mi responsabilidad fue ser ecuánime en las decisiones que había que ir tomando en las audiencias”. En la votación, no. “Pensar diferente no nos vuelve adversarios -asegura-. Con el debate, lo que planteamos es que debemos escuchar todas las voces. Acá todos los diputados han podido proponer sus expositores, aun los más chicos. Para lograrlo se requirió el compromiso de las partes”.

Es que aceptar un acuerdo no implica cambiar de opinión ni someter la idea propia a la del otro; es acceder a lo acordado y actuar en forma común colectivamente. En lo personal, mi voz individual no tiene por qué quedar abolida, tapada ni callada, pero en lo colectivo, mi acción debe respetar lo decidido conjuntamente y apoyar ese avanzar común.

La presentación de los discursos en el recinto, con ideas de lo más variadas, puede ayudarnos a elaborar un punto de vista propio o incidir en el que ya tenemos formado. Dejarnos permear por argumentos diferentes, en cualquier caso, nos enriquece y enriquece nuestras conversaciones -con amigos, colegas, parejas- siempre que podamos escucharnos sin sentirnos atacados ni necesitar la concordancia o el silencio por miedo a desacordar.

Quienes nos representan en el Congreso de la Nación no van a aprobar o desaprobar por unanimidad los proyectos de ley que están discutiendo. La sociedad no va a estar, al unísono, a favor o en contra de lo que vote la mayoría. Pero democráticamente se va a tomar una decisión de alcance general, y es la que nos va a regir a todos los ciudadanos, tengamos la postura individual que tengamos.

Nuestro “relato” común

Por Melina Masnatta, emprendedora social con foco en tecnología educativa, directora de Chicas en Tecnología.

En un viaje a Israel junto con un grupo de emprendedores de impacto social, nos encontramos con que en un lugar donde el conflicto es la moneda común, árabes, judíos, palestinos, musulmanes y católicos se definen con sus diferencias. Pero a la hora de trabajar en proyectos de impacto social, los une pensar en una construcción colectiva de una misma narrativa. ¿Qué es lo que los une? Sin duda, las diferencias dan identidad, pero también aquello que se comparte. La escucha activa, la búsqueda de puntos en común, el cuidado y la empatía se practican todo el tiempo en un espacio donde reina la tensión. Pero nada supera la creación de un espacio y un relato común, que se construye encontrando una necesidad común, esa que nos hace realmente humanos, que a veces se oculta en la supervivencia, pero es el ADN de la construcción colectiva. Es el ethos, la responsabilidad individual que no deja de ser compartida .